La construcción de una capital. Sala Boulevard de Kutxa

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Las murallas de una pequeña población de pescadores como era Donostia  marcaron la vida cotidiana de sus vecinos y la fisonomía del entorno. Los de intramuros, como eran conocidos los que vivían en el interior, se recogían al toque de queda. Los del exterior, dispersados en cientos de caseríos, se expandían por la vega del Urumea y las marismas que llegaban hasta Añorga. Cuando se quitó la primera piedra de la muralla a derruir (1863), el espacio urbano iría alcanzando, poco a poco, el tono que hoy conocemos. El boulevard, el túnel sobre Loretopeko, el Casino, el ensanche Cortázar, la Zurriola, los puentes… una serie de construcciones innovadoras fueron diseñando la ciudad que nunca perdió su semblante frente al mar. Los fotógrafos Hermenegildo Otero, Valentín Marín, Miguel Aguirre y otros menos conocidos como Santesteban, Alberdi, Abrisqueta e incluso el pintor Rogelio Gordón, dejaron constancia de esa fusión de áreas humanas y de la transformación de una población atrapada entre los muros durante siglos en una metrópoli cosmopolita. Foto: Kutxateka. Fondo Munoa